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¿Qué es la resiliencia?

La resiliencia se ha definido como “el proceso de adaptarse bien ante la adversidad, el trauma, la tragedia o incluso fuentes importantes de estrés” (American Psychological Association, 2014). Puede considerarse como la capacidad de recuperarse de la adversidad y es esencial para promover el funcionamiento y el bienestar de los niños que han sufrido trauma. También ayuda a las personas a recuperarse y asumir nuevos desafíos en la vida. En otras palabras, la resiliencia se relaciona con la capacidad de hacer frente a circunstancias desafiantes, lograr resultados positivos a pesar de los eventos traumáticos y evitar la exposición a factores de riesgo (Brooks, 2006; Masten, 2014).

Un requisito esencial para la resiliencia es la presencia de factores protectores que ayudan a promover resultados positivos o reducir los resultados negativos (Fergus y Zimmerman, 2005). La teoría de la resiliencia se centra en las fortalezas en lugar de en los déficits; se basa en comprender el desarrollo saludable y los buenos resultados, a pesar de la exposición a la adversidad (Masten, 2001).

La resiliencia es compleja y está determinada por una variedad de factores individuales (tanto biológicos como psicológicos), así como por factores sociales y culturales que interactúan entre sí e influyen en las respuestas a eventos adversos de la vida (Masten, 2014). La resiliencia, por lo tanto, puede involucrar tanto rasgos personales, como la personalidad, o influencias genéticas que le ayudan a ser más resistente al estrés. Sin embargo, los procesos conductuales y sociales también son muy importantes para ser resilientes, particularmente nuestra capacidad para acceder a recursos e interactuar bien con otras personas en nuestro entorno. La resiliencia, especialmente en la infancia, está profundamente arraigada a las relaciones positivas con otras personas que pueden conferir una sensación de seguridad emocional y proporcionar un espacio para el desarrollo de habilidades y un crecimiento saludable (Southwick et al., 2014). Los servicios de apoyos para las personas que experimentan adversidades también son importantes: los recursos de alta calidad (por ejemplo, los servicios de salud mental, bienestar social y educativos) pueden proporcionar oportunidades para la recuperación y el desarrollo de habilidades, incluso ante un trauma continuado (Ungar, 2013).