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¿Cuán importante es la resiliencia?

La prevalencia de los problemas de salud mental y el papel de la resiliencia que promueve el crecimiento

Las experiencias infantiles negativas (o adverse childhood experiences, ACE), como las descritas en este curso, son frecuentes (Finkelhor, Turner, Shattuck y Hamby, 2015; Merrick et al., 2017). Estudios recientes informaron que casi el 60% de los adultos tienen al menos una experiencia infantil negativa, mientras que el 15% reporta 4 o más ACEs (Metzler et al., 2017). La exposición a este tipo de traumas puede socavar el logro escolar y el bienestar en contextos educativos (Barry, Lyman y Grofer Klinger, 2002; Porche, Costello y Rosen-Reynoso, 2016). Se ha descubierto que los niños que experimentan traumas tienen más dificultades para aprender en la escuela y pueden demostrar deficiencias cognitivas. Esto puede manifestarse como una incapacidad para concentrarse, problemas de memoria y / o retrasos en el aprendizaje. También corren un mayor riesgo de mostrar dificultades sociales, emocionales, conductuales y de salud mental. En el aula, esto puede significar enojo rápido o cambios bruscos de humor, falta de confianza en sí mismo o retraimiento. El desarrollo de relaciones positivas con maestros y compañeros también puede verse afectado. El aumento del absentismo y la desconexión escolar también son más frecuentes entre los niños que experimentan adversidades (Barbarin, 2007).

Sin embargo, los estudios también han demostrado que los niños que sufren traumas o adversidades pueden llegar a desarrollarse de manera similar a la mayoría de los niños de su edad y demostrar resistencia frente a los estresores (Rutter, 2012). La capacidad individual de los niños para hacer frente al estrés y regular sus emociones, así como sus recursos de acceso, soporte y relaciones de apoyo son fundamentales para mitigar los riesgos de las experiencias infantiles negativas (Ungar, 2013). De hecho, la capacidad de recuperación es cada vez más importante: los datos recientes han demostrado que la prevalencia de los trastornos sociales, emocionales y de comportamiento está en aumento (OMS, 2011). La salud mental y los trastornos del comportamiento son la forma más frecuente de discapacidad en la infancia y los comportamientos disruptivos, agresivos, de oposición y / o retraídos en el aula son un desafío ampliamente reconocido (Aasheim et al., 2018). Los estudios han mostrado que aproximadamente el 25% de los niños pequeños que asisten a la escuela pueden demostrar dificultades socioemocionales y de comportamiento que pueden tener consecuencias significativas para el logro educativo y afectar los resultados a largo plazo, incluso en la adultez (Hyland et al., 2014).

Sin embargo, los niños que son resilientes tienen más probabilidades de experimentar una adecuada salud mental y bienestar y son más resistentes a los efectos negativos de la victimización y la adversidad (Bellis et al., 2018). Las intervenciones y acciones tomadas por los educadores pueden desempeñar un papel importante para ayudar a los niños a recuperarse de la adversidad y ayudarles a desarrollar habilidades y fortalezas que promuevan el crecimiento y el desarrollo positivos.